sábado, 17 de octubre de 2009

Yo también tengo que agradecerle a… ella

Me apuraba para cuando creía que mi mamá regresaría de trabajar o de hacer algún mandado ya que cuando regresaba hacía una exhaustiva supervisión de mis tareas u obligaciones que me delegaba. Era el mayor de tres hermanos, dos hombres y una mujer.
Me tocaba repartir la comida sabrosa que mi mamá nos dejaba: arroz con frijoles y tortillas que calentaba en la estufa de gas o la que guardaba de su almuerzo que le daban como camarera en el hospital público que trabajaba o dulces o frutas y para nosotros tres era una manjar ante la escasez de comida variada que nos podía dar por la falta de trabajo de mi papá.
Se agachaba a ver debajo de las camas, revisaba el piso que primero fue de tierra, luego de cemento y ahora de loza, se agachaba dije a revisar ocularmente y luego pasaba los dedos para constatar que no había residuos de polvo o no había limpiado convenientemente los muebles con que contábamos y si no a limpiar de nuevo se ha dicho y aprendiera a cumplir mis obligaciones y eso me hizo excesivamente responsable y detallista.
Pobreza no significa suciedad, me decía para que oyeran mis hermanos también y así lo creo y los vecinos decían, su mamá si es exigente con todos, cuando crezcan sabrán apreciar lo que ahora les parece crueldad y que probablemente lo fue en nuestra niñez y que se vio reflejado en nuestra adolescencia.
De esa cuenta, me hacía que me cortaran el pelo donde don Yan y que le cortaba el pelo a todos como con una máquina de cortar grama, se sentían las mordidas que daba la bendita máquina y el ruido que hacía y a veces se sentía como arrancaba el pelo puro tractor de carretera y el viejo sudaba y sudaba y sudaba y apestaba, apestaba como borracho mientras masticaba chicle y luego escupía como si cantina fuera la bendita barbería con sus pantalones con ruedo hacia fuera y su voz pastosa y camisas arremangadas con zapatos horma americana y sus paletones de los pantalones bien marcados y la cantidad de pelo en el piso y que hasta que terminaba la jornada lo barría, estampa horrible se veía cuando pasaba frente a la barbería y lo mismo.
Luego usaba la tijera con que terminaba de podar el pelo de los que llegábamos cada 15 días, hábito que todavía mantengo, gracias a lo estricto de mi mamá y evitar que tuviera piojos o lo que fuera que se me pegaran en la escuela con los demás y de ahí con la pelusa que se me forma en el cuello me desespera y voy a que me recorten el pelo en lugares que llevo entre 7 a 10 años sin cambiar de lugar por la confianza y el trato que me dan porque me decía, a uno le ven la cara y si el pelo está largo no se hacen referencias agradables de uno, los zapatos bien lustraditos y la ropa limpia y bien planchada, aunque sea la misma y recuerdo que cuando los pantalones nos quedaban arriba del tobillo y busqué que un sastre le añadiera un pedazo del mismo color o similar me veían raro y decían los hijos de la gran puta que así solo los huecos los usaban, olvidando que a la pobreza siempre se le ataja con creatividad y no existían pacas y nadie te regalaba un pantalón nuevo o usado porque se veía muy mal y por eso inventamos cuando se nos rompían colocar figuras que con una plancha caliente quedaban estampadas y no se veía roto el pantalón o camisa u otra cosa.
Don Yan y su barbería de esquina estaban como en la 40 calle de la zona 8 y caminaba media cuadra y cuando nos cambiamos de casa e ir a alquilar un cuarto más barato, busqué otra barbería y otro barbero pues en esa época era inusual muy inusual que mujeres cortaran el pelo como pretendía y sentir sus manos finas acariciar mi cabeza y no los jalones de pelo que mi mamá me daba si encontraba polvo o las camas, las sábanas y las cosas torcidas y no rectecitas como le gustaba y esperaba siempre estuvieran.
Colocaba la escoba, el trapeador y la pala en la esquina del cuarto y me recostaba con un libro a recorrer mundo con sus grandes esquinas y lugares que mi imaginación veía a través de la bicicleta de mis ojos en las líneas que recorría como ciclista en premio de montaña, sprint o en bajadita según fuera la hora en que llegaba mi mamá.
Tenía razón Tito Monterroso cuando dijo que se recuerda con la imaginación y el cuerpo ya que solo hay dos maneras de irse de un país: con la memoria y con el cuerpo en Los buscadores de oro. Me he ido con la imaginación toda la vida, estoy consciente de ello.
Lo primero que hacía era mirar si tenía la escoba o lo que fuera detrás de la puerta y que me decía con su santa ignorancia, la escoba se pone detrás de la puerta para que los cobradores y la gente que no tiene nada que hacer y que lo viene a visitar a uno se vaya rápido y si así encontraba o encontraba las cosas, me jalaba las orejas y me hacía llorar de rabia porque no me permitía disfrutar de la lectura y que en su inocencia de mujer trabajadora venida del campo consideraba que leer era perder el tiempo porque no se producía nada con eso y por eso a ella apenas la enviaron a la escuela primaria y sacar tercer grado.
Para esos días, recuerdo mis papás se separaron por cosas que no tenían importancia pero que la pobreza no hacía entender ante la falta de dinero para la comida, el pago del cuarto, la escuela, la ropa y los cuadernos que necesitábamos los tres.
Lo que sigue no lo diré, no me gusta, porque nos separamos todos, mis hermanos por allá, nosotros por aquí y mi papá viviendo solo y ahí me quedo saben.
Hago un salto al pasado y mis siete años cuando en la 12 avenida de la zona 1 fui a comprar tortillas y un señor me dijo, patojo ¿sabés leer?
Yo, le dije, sí, y me regaló Hunaphú e Ixbalanqué de la editorial José de Pineda Ibarra y que gobiernos neoliberales cerraron aduciendo que se reportaban perdidas y el equipo que se tenía estaba obsoleto, ladrones estos que lo hicieron porque inmediatamente le dieron la impresión de libros a sus amigos y el precio de los libros como saben subió y no ha bajado con estos nuevos administradores del Estado y me cae mal tener que hacer mención de esto pero cae mal y nada se puede hacer retroceder porque la historia sigue su paso a veces más duro que en otros hasta que la sociedad reaccione pero pasará un siglo para que se den cambios en lo económico y social y si bien nos va como dicen los ancianos cuando hacen suma y resta del dinero y las cosas tan caras como también las hago yo con mi salario.
A los 12 años conocí a don Meme que en paz descanse quien me enseñó el valor de las dos palabras mágicas: por favor y muchas gracias y a quien considero mi maestro de la lectura cuando me hablaba de cosas que no entendía y me prestó un libro espectacular Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas y me volví D´Artagnan y rescatamos al rey pero luego en Veinte años después me di cuenta que mis héroes y yo no pudimos rescatar de la horca al rey y en mi rescate aparecieron muchos de mis maestros, unos más unos menos por el acceso a encontrarlos disponibles y que he tratado de leerlos completos para conocer qué piensan y cómo lo van diciendo en sus obras, por eso soy asiduo visitante de bibliotecas y por eso cuando me ofrecían como trabajo cuidar casas, mientras los dueños salían a pasear, aceptaba si me dejaban comida y que leer y de esa cuenta aparecieron unos antes o después y otros los conseguí en ventas de usados, prestados, de la biblioteca, fotocopiados, robados no, y que son bastantes y que no menciono a todos hago constar, siendo Henri Charriere con Papillón y que leí tres veces y el crimen que no cometió para entrar a Víctor Hugo, Frederick Forsyt, Alejandro Dumas de nuevo, Miguel Ángel Asturias Rosales y luego descubrí su otro apellido ni que no hubiera tenido mamá y que todos olvidan, Gabriel García Márquez, Otto René Castillo, Roque Dalton, Manuel José Arce, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Luis Cardoza y Aragón, Eduardo Galeano, Roberto Obregón, Juan Rulfo, César Vallejo, Rubén Darío, Ernesto Cardenal, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Bioy Casares, Ernesto Sábato, José Martí, Mario Benedetti, Oswaldo Soriano, William Faulkner, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Lezama Lima, Octavio Paz, José Luis Villatoro, Carlos Monsivais, Vicente Leñero, Luis Alfredo Arango, Francisco Morales Santos, María de los Ángeles Ruano, Ana María Rodas, Humberto A´kabal, Juan José Tablada, Flavio Herrera, Juan José Arreola, Juan Carlos Onetti, Roa Bastos, Jorge Amado, Antonio Machado, Sor Juana Inés de la Cruz, Machado de Assís, Fernando Pessoa, José Donoso, Gustavo Flaubert, Severo Martínez Peláez, Carlos Guzmán Bockler, Mario Payeras, Mario Monteforte Toledo, Otto-Raúl González, Manlio Argueta, Julio Fausto Aguilera, Francisco Méndez, José Agustín, Jaime Sabines, Arturo Arias, Mario Roberto Morales, Marco Antonio Flores, Sergio Pitol, Marco Augusto Quiroa, Gioconda Belli, Roberto Sosa, Augusto Monterroso, Luis de Góngora, Cervantes, Joyce, Heminway, Camus, Proust, Dante Liano, Beckett, Juan Villoro, Jospeh Conrad, Juan José Millás, Italo Calvino, Milan Kundera, Sergio Ramírez, Cabrera Infante, Nabokov, William Saroyan, Juan José Saer, César Aira, Carlos Fuentes, Carmen Montero, Marcela Serrano, Ribeiro, Susan Sontag, Marguerite Yourcenar, Naguib Mafhuz, Amos Oz, Carmen Matute, Luz Méndez la Vega, Rilke, Kafka, Sastre, Shakespeare, Manuel Vásquez Montalbán, César Pavese, Huidobro, Nicanor Parra, Gabriela Mistral, Neruda, Vargas Llosa, Echenique, Rubem Fonseca, Carver, Lovecraft, Sepúlveda, Chandler, Onetti, Capote, Jorge Saramago, Carlos Garrido Chalén, San Juan de la Cruz, André Malraux, Rimbaud, Mallarmé, Jodorowsky, Bukovsky, Apollinaire, Bretón, Umbral, Cela, Goitysolo, Nelida Piñon Cátulo, Montale, Lao Tse, Brecht, Tabuchi, Luis de Lión, Rafael Landívar, Margarita Carrera, Piglia, Alí Chumacero, Vinicius de Morais, Julia Ortiz, y otros y otras, muchos otros, dicho con todo respeto que me han aportado perspectivas y lo cotidiano y los que sigo buscando por ella, más las lecturas que en la universidad hice como parte de los cursos formales y que siempre leí saliéndome de lo establecido como parte del tributo que tengo que hacerle a ella, esta mujer y que cada vez me dice que la humildad es el precio de ser lector y humano y que me mueve a compartir como gestor cultural con otros y realizar acciones y devolverle lo que me ha dado en mis noches de pena, en mis días de desempleado, en mis trabajos de corrector de estilo, en mis trabajos de profesor, en las invitaciones que me han hecho para salir del país, en mi proceso de poeta y ahora de narrador y en mi proceso de investigación permanente para todo lo que hago y recordarme lo que dijo mi maestro Cortázar, yo hago el amor con la literatura, ella es mi gran mujer y a quien le debo tanto y recordar que a mi mamá le dije, luego de hacer muchos trabajos físicos, duros y difíciles, que me ganaría la vida de lo que lea, leeré y leo y que ella recibiría en vida, alegrías y apoyo de su hijo escritor, aunque Don Meme cuando me hizo lector no esperaba que lo fuera sino que tuviera herramientas para enfrentar la vida.


Daniel Alarcón Osorio (Guatemala, 1962).Es profesor titular, Departamento de Letras, Facultad de Humanidades, Universidad de San Carlos de Guatemala. Ha publicado poesía: El demonio de la ira, El ángel de la ira, Pensamientos del demonio y del ángel de la ira. Su primer de relatos: Amo a mí mamá. Conferencista en Congresos de Educación en varios países de Latinoamérica. Pionero en Guatemala en fundar Clubes de Lectores en bibliotecas públicas, privadas y empresas y realizador de Encuentros de Lectores en estadios de fútbol y museos. Es Doctor en Educación, Costa Rica; Posgrado en Lectura, Escritura y Educación, FLACSO, Argentina; Lic. en Letras, Guatemala; Maestro de Educación Primaria Urbana.
Comunicación con el autor: daoa44@yahoo.com

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